Reza el lugar común que es privilegio de los vencedores redactar la Historia, pero un somero repaso diacrónico a tal disciplina y un vistazo a la actualidad informativa quizá nos lleven a dudar de esta proposición. La sensación es que cada cual, vencedores y vencidos, opresores y oprimidos, redacta una historia diferente según sus propios gustos, y que tarde o temprano, por aquello del movimiento pendular que caracteriza el discurrir de las naciones y/o ideologías, se encontrará en condiciones de aupar su versión a la categoría de discurso predominante. Observa, lector crepuscular, la paciencia del pueblo judío a la hora de recuperar los terrenos que Yahvé, S.L. les tenía reservados merced a un contrato curiosamente denominado Biblia (esto es, del griego biblion: “papeles, pergaminos, cartas”). Hizo falta un Holocausto y la madre de todas las diásporas para que la comunidad internacional diera el visto bueno, pero cuán evidente que fue un conjunto de textos con más de dos mil años de antigüedad el que ofreció legitimidad de base al asunto (pobres palestinos, sin una triste fábula primordial y/o creacionista que contraponer en su defensa). Los escritos de hoy son cimientos del poder de mañana, no conviene olvidarlo.
Es así que estos últimos días andaba el Parlamento Europeo enfrascado en la redacción de una resolución conmemorativa sobre el sesenta aniversario de la liberación de Auschwitz. Tarea sencilla a priori, pues muy poco cuesta oponerse al Horror superlativo, especialmente cuando éste ya ha caducado. Pero un “quítame de ahí ese adjetivo” ha acabado con la paz que debería haber rodeado de principio a fin tan institucional iniciativa. Leemos en La Vanguardia que una diputada británica propuso la fórmula “campos de exterminio en Polonia”, sintagma perfectamente válido si nos atenemos a la actual legislación internacional en lo que a líneas fronterizas se refiere. Dos colegas polacos sugirieron entonces que se aclarara que tales campos habían sido obra de “los alemanes”, que una cosa es el antisemitismo típico de cualquier país europeo de la época y otra muy diferente la industrialización del genocidio diseñada desde el Reichstag. Pero la idea se juzgó políticamente incorrecta porque, claro, “no todos los alemanes eran nazis, ni todos los nazis eran alemanes” (lo cual descartaba de paso las opciones de “Alemania nazi” y “nazis alemanes”). Total, que finalmente se ha optado por hablar de “campos de concentración hitlerianos”. Y el debate sobre culpas y connivencias que desde hace décadas venía afectando a la sociedad germana ha dado un espectacular paso atrás. A la que nos descuidemos, leeremos que Adolf Hitler in person se desplazaba diariamente de Berlín a los alrededores de Cracovia para, en un descuido de los confiados y bonachones guardianes de Auschwitz, meter a grupos de prisioneros en una habitación y asesinarlos uno a uno (y así hasta un millón) con sus propias manos. Pero qué condenadamente malo era el führer, hay que ver… Y qué desgraciados se sentirían a día de hoy los nazis, despojados gracias al Parlamento Europeo de la nazionalidad que tanto orgullo les procuró.
Es así que estos últimos días andaba el Parlamento Europeo enfrascado en la redacción de una resolución conmemorativa sobre el sesenta aniversario de la liberación de Auschwitz. Tarea sencilla a priori, pues muy poco cuesta oponerse al Horror superlativo, especialmente cuando éste ya ha caducado. Pero un “quítame de ahí ese adjetivo” ha acabado con la paz que debería haber rodeado de principio a fin tan institucional iniciativa. Leemos en La Vanguardia que una diputada británica propuso la fórmula “campos de exterminio en Polonia”, sintagma perfectamente válido si nos atenemos a la actual legislación internacional en lo que a líneas fronterizas se refiere. Dos colegas polacos sugirieron entonces que se aclarara que tales campos habían sido obra de “los alemanes”, que una cosa es el antisemitismo típico de cualquier país europeo de la época y otra muy diferente la industrialización del genocidio diseñada desde el Reichstag. Pero la idea se juzgó políticamente incorrecta porque, claro, “no todos los alemanes eran nazis, ni todos los nazis eran alemanes” (lo cual descartaba de paso las opciones de “Alemania nazi” y “nazis alemanes”). Total, que finalmente se ha optado por hablar de “campos de concentración hitlerianos”. Y el debate sobre culpas y connivencias que desde hace décadas venía afectando a la sociedad germana ha dado un espectacular paso atrás. A la que nos descuidemos, leeremos que Adolf Hitler in person se desplazaba diariamente de Berlín a los alrededores de Cracovia para, en un descuido de los confiados y bonachones guardianes de Auschwitz, meter a grupos de prisioneros en una habitación y asesinarlos uno a uno (y así hasta un millón) con sus propias manos. Pero qué condenadamente malo era el führer, hay que ver… Y qué desgraciados se sentirían a día de hoy los nazis, despojados gracias al Parlamento Europeo de la nazionalidad que tanto orgullo les procuró.
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