Desde aquí, romper una lanza a favor de Paolo Di Canio. El bravo capitán de la Lazio viene siendo crucificado por la prensa de todo el continente a causa de un malentendido gestual ocurrido tras el partido que hace escasos días enfrentó a su equipo contra la Roma, derby capitalino por todo lo alto que concluyó con una victoria de los laziales por 3-1. He aquí que el jugador se fue a celebrar el triunfo junto a los tifossi, y que un cámara lo retrató con gesto rabioso y el brazo derecho en alto cual si estuviera ejecutando el llamado "saludo romano", de tan peliagudas connotaciones fascistas.
Ahora bien, una somera visita a las hemerotecas cibernéticas nos permitirá apreciar que Di Canio, como todo italiano que se precie, es un hombre que no sabe abandonar sus extremidades superiores a la posición de relax que dicta la fuerza de la gravedad. Celebrando un gol (o no), protestando ante el árbitro (o no), intentando escapar de la presión de un defensa rival (o no), el jugador es dueño de un amplísimo surtido de movimientos articulatorios y, en efecto, sus brazos no paran quietos. Por aquello de la ley de la probabilidad, resultaba evidente que tarde o temprano alguien lo iba a pillar en una posición comprometida. El día ha llegado y, en medio del clamor hipócrita y tiquismiquis, aquí estamos para defender su inocencia.
El que di Canio luzca un tatuaje con la palabra 'Dux', y el que su camiseta interior rezara el lema "Hay dos formas de regresar del campo de batalla: con la cabeza del contrario o sin la tuya propia", no son sino anécdotas relativas al rigor militar y al inestimable y envidiable compromiso que este gladiador moderno despliega domingo a domingo en la defensa de sus colores.
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