¿Imaginas, lector crepuscular, al retoño del rey de Indonesia pataleando dentro de la bañera al grito de: "¡Papá, papá, soy un tsunami!"? ¿Resulta concebible que alguna de las hijas de George W. Bush ejerza de Capuleta del siglo XXI, se case con un islamista radical y por siempre más esconda sus adorables rizos texanos bajo una burka? ¿Contemplas la posibilidad de que el príncipe Harry, tercero en la línea sucesoria del trono británico, se calce el uniforme de oficial nazi para acudir a una fiesta de disfraces? Ah, pues va a ser que esta última opción como que sí...
En su reciente Spartan, David Mamet imaginaba a la hija de un presidente de Estados Unidos vendida a las redes internacionales de trata de blancas para evitar la mala prensa derivada de sus pendoneos. Pero que Santa Lady Di nos libre de sugerir alguna solución paralela para el rebelde y tontorrón príncipe pelirrojo... En su lugar, hallemos consuelo recurriendo al bardo de Stratford-upon-Avon, quien ya nos mostró cómo un infante descerebrado, Hal, podía aspirar a convertirse en todo un Henry V. Esperemos que Harry dé, algún día, con su Agincourt particular.
Y si no que juegue al rugby, oye.
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