Inglaterra se intuía inferior a Francia. Caso de que tal percepción fuera a resultar correcta, la rosa optó por cerrarse y aguardar encapullada a que llegara su momento. Así, con Wilkinson como única espina, sangró la confianza de un gallo mucho más imaginativo; mucho menos consciente, por tanto, de cuanto debía hacer para alcanzar la gran final (su puntuación se limitó a tres patadas). A falta de seis minutos para la conclusión, Francia vencía 9-8. Cuatro minutos después, un golpe de castigo y un drop habían colocado el 9-14 definitivo. Inglaterra tenía un guión y, salvo por la pequeña salida de tono que representó el (fallido, lamentable) drop de Wilkinson con la pierna mala, supo regirse por él. Cualidad de no pocos equipos campeones, todo sea dicho.
Argentina, por su parte, se sabía inmensamente inferior a Sudáfrica. Ante tal obviedad, los Pumas lloraron rabiosamente su himno mientras afilaban las garras, dispuestos a buscar la yugular del rival desde el primer minuto. Sucede, no obstante, que el zarpazo indiscriminado puede dañar lo mismo al agresor que al agredido. Más que más cuando el segundo se protege tras una coraza como la que proporciona esa colección de bestias pardas que responde a los apellidos de du Randt, Smith, Burger… Es así que 20 de los 37 puntos cosechados por los Springboks llegaron tras flagrantes errores albicelestes: dos intercepciones en la 22 rival y otro par de golpes de castigo nacidos de la frustración y el atolondramiento. Así, Argentina abandonó el terreno de juego tal y como había entrado en él: desquiciada (Contepomi se ganó la amarilla por agredir a un rival con el balón detenido). Y Sudáfrica, sólida en lo colectivo y genial en lo individual (Montgomery es tan infalible en la patada como Habana imparable en la carrera) comenzó a relamerse. Le espera un encuentro más complicado, pero por las greñas de Chabal que esta Copa del Mundo pinta bastante verde.
Argentina, por su parte, se sabía inmensamente inferior a Sudáfrica. Ante tal obviedad, los Pumas lloraron rabiosamente su himno mientras afilaban las garras, dispuestos a buscar la yugular del rival desde el primer minuto. Sucede, no obstante, que el zarpazo indiscriminado puede dañar lo mismo al agresor que al agredido. Más que más cuando el segundo se protege tras una coraza como la que proporciona esa colección de bestias pardas que responde a los apellidos de du Randt, Smith, Burger… Es así que 20 de los 37 puntos cosechados por los Springboks llegaron tras flagrantes errores albicelestes: dos intercepciones en la 22 rival y otro par de golpes de castigo nacidos de la frustración y el atolondramiento. Así, Argentina abandonó el terreno de juego tal y como había entrado en él: desquiciada (Contepomi se ganó la amarilla por agredir a un rival con el balón detenido). Y Sudáfrica, sólida en lo colectivo y genial en lo individual (Montgomery es tan infalible en la patada como Habana imparable en la carrera) comenzó a relamerse. Le espera un encuentro más complicado, pero por las greñas de Chabal que esta Copa del Mundo pinta bastante verde.
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