miércoles, octubre 10, 2007

"Eastern Promises" de David Cronenberg

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Hay en esta Eastern Promises notablemente interpretada, dirigida con sobriedad y elegancia, una secuencia que ejemplifica como ninguna otra la inanidad de su guión, colección de topicazos (*1) de escasa profundidad dramática (*2) que en más de una ocasión recurre a la elipsis para maquillar sus peores debilidades (*3). Sucede que Nikolai (espléndido Viggo Mortensen: su presencia no sólo llena la pantalla sino que daría combustible a otras dos películas) se presenta semi-desnudo ante los cinco padrinos de la más temible mafia rusa de Londres para defender su ingreso en la organización. En un primer momento, el quinteto le interroga acerca de su pasado, legible en los muchos y variados tatuajes que le cubren la piel. Pero ello desemboca imperceptiblemente en la prueba de fuego iniciática, aquella por la cual el candidato debe demostrar su nivel de fidelidad y compromiso, así como de sumisión a los mandamases…
- Tu madrie esz una piutaaaaa… -le susurra uno de ellos como si le estuviera quemando con una plancha.
Y Nikolai, poniéndose en pie, da muestras de una sobrehumana capacidad de contención al responder impasible:
- Szí, lo esz…
Tras lo cual el espectador no puede más que llevarse las manos a la cabeza y preguntarse por qué Steve Knight insiste en negarle una y otra vez un diálogo mínimamente bien construido, que no acabe ahogándose en la más condescendiente de las ingenuidades. Caso de querer probar la resistencia al dolor del personaje, ¿habría recurrido a una secuencia de cosquillas en las plantas de los pies, pluma de ganso mediante? La promesa oriental, oh lector crepuscular, consistiría pues en enviar a Siberia al responsable de que este film haya de ser recordado única y exclusivamente por la atroz pelea de la sauna con los matones chechenos (*4).

Spoilers
(*1) ¿Un padrino que regenta un restaurante y que gusta de enunciar condenas a muerte mientras condimenta un pollo a la pepitoria? Vaya, eso sí que no lo habíamos visto…
(*2) Más allá de las escasas posibilidades del personaje de Naomi Watts y de la rendición que supone la lectura con voz en off del diario de la niña-prostituta, el clímax junto al río es a la tensión lo que Boris Yeltsin era al baile del twist.
(*3) La policía londinense olvida proteger al bebé que constituye la prueba de cargo contra el capo de la banda; acto seguido, ni un solo miembro de la maternidad repara en que un ruso enfundado en riguroso cuero negro y de expresión psicópata se lleva a la criatura en el interior de una bolsa de deporte...
(*4) Lo siento, el plano final ya salía en El Padrino

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